Quisiera empezar esta intervención partiendo de la convicción de que el
corazón de todo ser humano tiene una experiencia común: el deseo de
felicidad.
Ya Aristóteles, 2500 años atrás, decía que todos los hombres por
naturaleza desean ser felices y por eso buscan la felicidad (eudaimonía).1
Todo lo que hacemos, hasta la más mínima decisión, está guiada, en el
fondo, por esa brújula que nos lleva a buscar qué es aquello que hace que la
vida valga realmente la pena.
Es esta búsqueda de sentido la que nos pone delante, a lo largo de
nuestra vida, dos grandes preguntas: quién soy y para qué existo.
Para poder responder a estas preguntas necesitamos quien nos
acompañe con afecto, paciencia, durante toda la vida, para ir hasta el fondo
de ellas y nos enseñe a mirar con verdad y con realismo la realidad, teniendo
en cuenta todos los factores que entran en juego para poder juzgarla
adecuadamente y, así, ir madurando y creando nuestra identidad.
Es la familia la primera realidad que hace esto con cada uno de nosotros:
desde su aceptación incondicional y con la certeza de ser amado, así como
soy, con mis fortalezas y mis límites, con mi identidad propia distinta a todos
los demás, «en un ecosistema donde todos los miembros están
interconectados: el uno es dependiente del otro. Y desde esa
interdependencia, la familia se convierte en una escuela de aceptación de la
propia dependencia.”
2
Por este valor de la familia, entre otros, se entiende que en nuestro país
la familia sea “la institución mejor valorada”, y un pilar fundamental de nuestra
sociedad.3
Desde mi experiencia acogiendo a las familias que acuden al COF
diocesano buscando ser acompañadas en sus necesidades y como
educadora acompañando a niños y jóvenes desde el proyecto de Educación
afectivo-sexual “Aprendamos a Amar”, del que soy docente, puedo afirmar
que las personas necesitamos escuchar ciertas certezas que nos
estructuran como personas y qué responden al sentido de la existencia.
Quisiera resaltar 5 de estas certezas, que nuestros jóvenes necesitan
escuchar:
- Partiendo del respeto profundo a cada persona, y más allá de las
elecciones legítimas y las libres inclinaciones de cada uno, todos nacimos
biológicamente de un hombre y una mujer y este origen primero nos habla
de la trascendencia y el valor del amor y la presencia del padre y la
madre en nuestra vida para crecer en plenitud. De ahí que los padres
merezcan ser apoyados en su entrega y en su derecho y deber de ser los
primeros y fundamentales educadores de sus hijos. - Nacemos con un código genético diferente, siendo personas únicas e
irrepetibles, con un valor por tanto infinito, de ahí nuestra dignidad, siendo
valiosos por el mero hecho de existir, más allá de nuestros logros o
capacidades. “Nuestra dignidad es ontológica antes que ética, es decir,
depende de nuestro ser, más que de nuestro actuar. Por eso la dignidad no
está sujeta (o no depende) del reconocimiento del otro. La tenemos, aunque
el otro no quiera reconocerla”.4 - Que para ser felices necesitamos amar y ser amados, “o más bien
primero ser amados, reconociendo la dependencia del otro, porque no me
basto a mí mismo. Y después, amar (que es un movimiento de salida de mi
mismo)”. 5 - La escuela fundamental de este amor es la familia, donde creamos
nuestros primeros vínculos, muchas veces imperfectos, y cuya
imperfección nos regala la oportunidad de aprender a perdonar y nos hace
mendigos de la necesidad de ser perdonados. 4 Luca Varela. Doctor en Bioética y Filosofía. Profesor UVA
5 - La familia, el matrimonio, ser padres, es una escuela permanente de
vida, primera sociedad en la que desarrollamos habilidades para
expresarnos, escuchar, resolver conflictos y donde aprendemos a
sacrificarnos con sentido, buscando el bien común.
En estos 20 años de trabajo en el mundo educativo y de la orientación
familiar, he percibido que mostrar con sencillez estas certezas
antropológicas en ocasiones se percibe como un atrevimiento que es
necesario acallar. Hablar de un hombre y una mujer que desean entregarse
para siempre por amor, que tienen ilusión por ayudarse a ser mejores y
trabajar juntos por una sociedad más justa en la que ver crecer a unos hijos
que acogen con ilusión y responsabilidad parece algo obvio, pero es
extraordinario. “¿Dónde se encuentra algo así?”, preguntan los más jóvenes.
Necesitan testigos con los que encontrarse verdaderamente y dialogar.
Dialogar con respeto y libertad es un reto cuando a veces, impulsadas
por determinadas leyes nos encontramos con propuestas antropológicas
dualistas que se imponen y “separan en la persona su dimensión corporal
de su dimensión psicológica y espiritual y que consideran que la persona es
completamente autónoma e independiente y la libertad una fuerza ilimitada:
cada uno es dueño absoluto de su vida y puede, por tanto, construirse y
orientar su existencia como desee, sin tener en cuenta para nada el hecho
objetivo y originario de su naturaleza masculina o femenina”6
.
Por ello necesitamos:
- Propuestas educativas que respondan a la verdad del corazón del ser
humano, y que ayuden a nuestros jóvenes a encontrar respuestas
mientras atraviesan su adolescencia. Los jóvenes necesitan adultos
formados que les ayuden “a tomarse en serio sus preguntas, que están a
la altura de la exigencia de su corazón, y a no censurarlas por miedo o
vergüenza”, adultos qué les ayuden a entenderse y a madurar en una
vocación para el amor, que les permita amar y dar la vida. 6 M. LACALLE NORIEGA, Género y legislación. En Curso Experto en Afectividad y Sexualidad, p. 3. Universidad
Francisco de Vitoria. - Necesitamos recursos al servicio de las familias, para que cuando las
personas sufren por el abandono, la violencia, la falta de trabajo y de
condiciones dignas para vivir, la enfermedad o la muerte de sus seres
queridos, la familia sea protegida y acompañada, reconociendo así el valor
central que tiene en la vida de cada uno de nosotros y en la sociedad. - Necesitamos una sociedad que “defienda y promueva las iniciativas que
afronten de forma transversal, en todas las políticas gubernamentales,
diferentes prioridades que apoyen al matrimonio y la familia, el empleo y
el desarrollo, creando las condiciones favorables, con el ámbito normativo
y sobre todo a nivel cultural, para que las mujeres tengan la posibilidad de
realizar su deseo de maternidad sin tener que renunciar a su realización
profesional, teniendo igualdad de oportunidades; que los jóvenes tengan
la oportunidad de tener una casa en la que aspirar a criar a sus hijos; que
los salarios sean justos y puedan impulsar el deseo de formar una familia
sin temor de no estar en condiciones de mantenerla adecuadamente”.
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Intervención de Mónica Campos Alonso, directora de Centro de Orientación Familiar de la Archidiocesis de Valladolid (España)
citas
1 Luca Varela. Doctor en Bioética y Filosofía. Profesor UVA
2 Ibid.
3 Javier Rodríguez, director del Foro Español de la Familia